domingo, 31 de agosto de 2008

Correo electrónico vs correo postal


Esta mañana he recibido una postal desde Salamanca de mis amigos Dani y René. Siempre es una alegría recibir correo, pero cuando es físicamente y no en el PC, parece que la alegría es doble.

¿Y por qué es doble? En el fondo, por ambos canales llega la misma información… ¿o no?

Analicémoslo:

  • El texto puede ser el mismo en el correo ordinario y en el electrónico
    (1-1)
  • Podemos añadir cualquier material gráfico en ambos casos (fotos, dibujos…)
    (2-2)
  • La información del matasellos también puede verse en la cabecera de los e-mails; de hecho, es un bonito entretenimiento: puedes ver qué programa utilizó para enviarlo, a qué hora exacta fue…
    (3-3)
  • A los correos-e se les puede añadir sonidos y animaciones, cosa de la que carecen siempre las cartas ordinarias
    (4-3)
  • Pero, ¿qué hay del olor (4-4), de la caligrafía (4-5), del saber que esa carta estuvo en la mano de tu amig@/novi@/familiar (4-6)? ¿Y saber que ese trozo de papel viaja desde un lugar remoto (4-7)? Y si encima te mandan algo desde allí, como una flor o unos granos de arena (4-8)… llámame fetichista, pero, quieras que no, eso siempre presta.

Quizá influya que hoy en día no es tan habitual recibir cartas convencionales (que no sean del banco). Si a mi abuela le dijeran que podría enviar una carta a mi abuelo y que le llegaría instantáneamente, seguro que ni se lo creería.

Conjugando el verbo "Agradecer"

Se me han perdido varias palabras.
llevo un montón de tiempo buscándolas.
Apenas nadie recuerda haberlas oído desde hace tiempo.
Me encuentro - y me ofrecen- palabras más aburridas y vulgares,
que salen de todas las bocas, que se esconden en todos los bolsillos,
que inundan todas las páginas...:
«Quiero que tú me des, me hagas, ...», «tengo derecho a...»,
«exigimos que...», «no es justo que...», «que no se te olvide que te toca a ti...»

Cuando alguien se te acerca y te dice: «¿Me puedes hacer un favor?»,
es como si te dijera: «Me hace falta «esto» y tú te vas a encargar de ello,
y además me lo harás cuanto antes».
Mis padres tienen la obligación de que no me falte de nada,
y de comprender que yo tengo mis cosas en la cabeza
y que muchas veces no me apetece hacer lo que me piden.
Los profesores tienen la obligación de estar pendientes de mí,
atenderme cuando se me ocurre, y yo se lo pida
y hacer todo lo posible para que yo apruebe, teniendo en cuenta mis circunstancias.
La sociedad tiene la obligación de ponerme las cosas fáciles para que yo consiga mis sueños,
incluso aunque yo apenas ponga de mi parte.
«Yo exijo, que para eso pago...», pero a mí que nadie intente exigirme nada,
que bastantes complicaciones tengo ya, estoy superocupado,
y procuraré hacerme el sueco, ignorarle, o darle largas...»
Además pensaré que no me gusta nada que me usen y se aprovechen de mí....

¡Ay, pobre del que se atreva a exigir!
Sean los padres, sean los educadores, sean los amigos o mi pareja...
Son más guays los que van de comprensivos, los que hacen la vista gorda,
los que dan a los otros la razón y les consienten todo,
los que proponen una libertad sin limites y sin objetivos: «es mejor dejarles».
Pues eso: exigir, pedir, reclamar, criticar, protestar, detectar lo injustos que son conmigo...
Estos son los verbos auxiliares de nuestra cultura.
Y se dicen en voz muy alta, por activa y por pasiva.

Pero hay otras palabras que me gustan más, que se pronuncian en voz baja,
discretamente, y que viajan en el corazón de la gente sensible, sencilla, amable...
Que se enseñan a los niños (y no siempre) para que las usen cuando son niños.
Y que hacen mucho bien a quien las regala y a quien las recibe.
Cuesta encontrarlas, pero son muy bellas:
agradecimiento, tener detalles, reconocer, apreciar... (y muchas más)
Especialmente hoy me detengo en «GRACIAS».

No estoy hablando de «educación», de contestar mecánicamente la palabrita
sin darle mucha importancia. Ni estoy pensando en esas «gracias» que te dan
por viajar con nosotros, y-esperamos-verle-de-nuevo-a-bordo,
por haber comprado (y pagado) algo, por escuchar tal programa...
Me refiero a ir por la vida con un corazón agradecido,
con un corazón que «se da cuenta»,
que sabe sorprenderse y alegrarse y disfrutar con las cosas sencillas,
y valorar cuando alguien ha hecho algo con cuidado,
con cariño, con interés, con gratuidad.
Un corazón sin tantas exigencias y más capacidad de recibir acogiendo.
El que yo quisiera tener habitualmente.



Y me pongo hoy a conjugar el verbo y a manejar el sustantivo:
porque hasta el propio Jesús de Nazareth las echó de menos
al curar aquellos leprosos, e hizo del agradecimiento un Sacramento:

• Agradezco a quienes, desde su manera de ser, su delicadeza y su ternura
me han ayudado a ser más humano, más sencillo, más sensible a las cosas de Dios.
• Agradezco a quienes, casi por sorpresa y muy a tiempo,
han estado ahí para escucharme, comprenderme y darme una palabra de ánimo.
• Doy las gracias a quienes me han invitado a salir para tomar unas cañas,
o han aceptado tomarse un café conmigo, porque les apetecía mi compañía.
• Agradezco a quienes me han ayudado a descubrir los tesoros que estaban guardados
en mi interior, y me hicieron reconocerme mucho mejor persona
y con muchas más posibilidades de las que yo me había imaginado.
• Doy las gracias a quien un día me abrió el corazón de par en par,
compartió conmigo sus más íntimos secretos
y me ha dejado quedarme dentro de él para siempre.
• Agradezco a quien pensó que me había equivocado, o no compartía mis decisiones
y vino a decírmelo con la intención y el compromiso de ayudarme,
sin herirme, sin avergonzarme, sin ponerme en evidencia...
porque me ayudó a buscar con más ganas la verdad y el bien.
• Doy las gracias a quienes, con su lucha incansable por sacar sus ideales adelante
y esforzándose por superar las dificultades del camino,
me animan a mí a luchar, a no rendirme,
a permanecer, como Jesucristo, siempre fiel.
• Agradezco quien, sin desanimarse, con toda la paciencia del mundo,
esperó a que yo sacara lo mejor de mí, a pesar de mis excusas.
• Doy las gracias a los que me han exigido que me entregue más
haciéndome crecer en generosidad y amor.
• Agradezco a quien me ha dicho «eres importante para mí, te necesito y te quiero»,
porque me han ensanchado el corazón
me han dado alas para volar mucho más alto y me han hecho sentir «único».
• Doy las gracias a quien, estando lejos, me ha hecho sentirle muy cerca
con una llamada, con un correo, con una invitación...
• Agradezco a quienes siempre esperan de mí una sonrisa, un paseo, una conversación,
quienes están dispuestos a conocer y compartir mis sentimientos y mis heridas.
• Doy las gracias a quienes me enseñan a mirar lo positivo de todas las cosas
y a no dar tanta importancia a las negativas.
• Agradezco a quienes me quieren como soy, pero me empujan a ser mejor.
• Doy las gracias a quienes, al compartir conmigo su experiencia interior,
me han ayudado a conocer a Dios y a entender la Buena Noticia
de que él es mi amigo y me ama... a pesar de todo.
• Y por todas estas cosas, y otras muchas que harían esta lista interminable...
le doy las gracias a Dios y encuentro cada día motivos nuevos
para celebrar la Acción de Gracias, la Eucaristía.

Claro que detrás de cada una de estas frases hay nombres concretos.
Y que no vale que las diga «al viento». Se las tengo que «decir» a ellos.
Hay muchos modos de hacerlo.
Hoy me ha dicho Dios que conjugue este verbo...,
que escriba con él mis poemas, mis canciones, mis miradas, mis silencios, mis compañías...
porque Él está escondido en cada una de sus letras.
Y espero que tú, que me has leído con tanta paciencia,
compongas la tuya, y a ser posible, la repases con frecuencia, completándola.
¡Os aseguro que hace mucho bien!

ENRIQUE MARTÍNEZ, cmf