Cuando tal expresión se lanza en público o en los medios de comunicación, salen siempre voces adoloridas por la experiencia dictatorial y pronuncian un “Eso, ¡nunca más!”.
Y en eso se está pasando el tiempo. Trujillo es la figura más mencionada en el quehacer nacional; unos odian su memoria y otros la veneran.
Se desatan, entonces, las pasiones. El pro y el contra. Pero sigue el reciclaje de tales expresiones, sin que ello se vaya a acabar por todos estos tiempos.
Quizás sea necesario - lo creemos firmemente - que se comience a estudiar, sin pasión alguna, el fenómeno de la dictadura de Trujillo. Que se haga resaltar lo negativo y lo positivo de aquel régimen, para que la ciudadanía de estos tiempos, juzgue.
Porque es innegable que en la Era de Trujillo se cometieron crímenes abominables. Pero también hubo cosas positivas. La gente recuerda de ambos lados y a veces, cada quien le pone algo de lo suyo, para agrandar o achicar la cosa, de acuerdo a su parecer. O a su conveniencia.
La expresión esa - casi ya manida - de que “hace falta Trujillo” surge de algunos sectores de la consciencia popular, cuando se observa el desorden, la indisciplina y el irrespeto en los diferentes sectores de la vida nacional. Y cuando se dice eso, alguien o algunos de los que sufrieron en carne viva los horrores producidos por sicarios y esbirros, lanzan su voz de protesta, diciendo que eso no debe repetirse jamás. Y tienen razón. Y se notan los extremos. Extremos en insultos, que en nada contribuyen a la edificación ciudadana.
Porque en medios de comunicación suelen leerse muchos adjetivos - a veces todos juntos - cuando se refieren al dictador. Tales como: sátrapa, tirano, ególatra; ello, en contraposición a cuando él vivía en este lado de la vida: Perínclito Varón de San Cristóbal, Benefactor de la Patria, Padre de la Patria Nueva, etc.
Nos viene a la testa el título de un artículo periodístico que leímos durante la Era, en la que el autor decía: “Trujillo: el cuarto rey mago”.
Muchos de los muchachos de esta generación, empujados por la sociología y el deseo de tener a mano la verdad, han manifestado su interés de conocer más y mejor el tiempo de Trujillo. Y se les debe complacer. Poner en la balanza lo malo y lo bueno que se hizo en aquel régimen, y añadir las secuelas.
Porque, también, todo lo malo y todo lo bueno que se hizo en aquel tiempo, no fue obra sola de Trujillo; que en ello participaron otras muchas gentes. Luego, hay que establecer realidades, para fines históricos.
Pero tampoco, yéndose a los extremos, pues ahora mismo recordamos una expresión que tuvo para nosotros el ex capitán del Ejército, Víctor Alicinio Peña Rivera, uno de los implicados en el asesinato de las Hermanas Mirabal y de Rufino de la Cruz. Alicinio nos dijo entonces, refutando un artículo nuestro, que no sólo los del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) contribuyeron al sostenimiento de la dictadura, sino también los periodistas, con su pluma.
Aunque Montalvo, el escritor ecuatoriano dijo una vez “mi pluma lo mató”, eso es “cuento e’camino”. Son los hechos represivos los que sostienen una dictadura. A la Era de Trujillo hay que estudiarla, y tras el estudio sereno, frío, imparcial, establecer realidades desprovistas de intereses de gentes o grupos.
Porque mucha gente ve las cosas al través de la fantasía, y las cree así. Tal es el caso, por ejemplo, de la novela del ilustre peruano Mario Vargas Llosa La fiesta del chivo. Para realizar su obra, el político y escritor se pasó unos meses en Dominicana recabando datos históricos, y opiniones de distintas personas. Ahí hubo gente que soltó odios.
Y hay gente que cree que todo lo que se dice ahí es verdad, aunque se sabe que es una novela. Y de paso, a Trujillo nunca lo motejaron El Chivo. Eso sólo fue el nombre de un merengue que sacaron, con dicho nombre, a pocos días de la muerte del dictador.
El apodo que sí le decían a Trujillo, era el de Chapitas. Y aunque los adversarios de Trujillo, en sus programas radiales desde Venezuela, lo llamaban “Chapitas”, creyendo que lo insultaban, su hija, María de los Ángeles Trujillo de Domínguez (Angelita) nos dijo alguna vez que su padre le decía que sus enemigos se creían que lo ofendían con eso, pero lo que hacían era recordarle su apodo familiar, de cuando niño.
Un caso parecido es el de la magnífica novela Enriquillo de Manuel de Jesús Galván. Cuando niños, nosotros creímos que todos los dichos y movimientos del hidalgo don Pedro de Mojica, eran realidades...
*EL AUTOR es periodista.
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